viernes, 5 de noviembre de 2010

La culpa la tuvo Oblonga Tzonga

Quién puede conformarse con una vida cuando se puede vivir muchas, fue el razonamiento de Mónica Beatriz al escuchar las declaraciones que Valeria Lynch había hecho en el programa de Jorge Rial.
En sus distintas reencarnaciones Valeria había sido un enano de jardín, un panadero en la Edad Media, una foca en Mundo Marino y, la más reciente, un empleado administrativo en la Secretaría de Deporte y Cultura de la municipalidad de Venado Tuerto. Aseguró también, que la famosa tarotista Mabel B. Justo dijo que Valeria sería en su siguiente vida un ave en extinción, pero no se atrevió a decir cuál.
Impaciente por ver que le deparaba su próxima existencia, Mónica Beatriz subió por la escalera de madera que comunicaba el deck con la parte en construcción de la casa, y preguntó a uno de los albañiles dónde estaban Tito y Jesús.
- Salieron patrona.
- ¿Cómo que salieron? ¿y a dónde fueron?
- No sé bien patrona, creo que Jesús tenía un bautismo y Tito dijo algo así como que se había comprometido con su cuñada para arreglarle la rueda de auxilio… ¿o era con su hermana? Bueno, no sé.
- ¡Pero si será posible que una ya no encuentra albañiles como la gente! ¿Vos quién sos?
- Edgardo patrona, pero me dicen el Hormiga.
- Escuchame una cosa Hormiga, necesito que me hagas un favor, a la cuenta de tres me tenés que empujar al vacío.
- ¡¿Pero usted está loca patrona?! Mire si se muere.
- Justamente ése es el propósito Hormiga, quiero saber en que voy a reencarnarme y te prometo que cuando sea la reina de Holanda te nombro Ministro de Urbanismo y Turismo.
- Mire patrona, se lo agradezco, pero la verdad que paso.
Mónica Beatriz bajó las escaleras, se puso a tomar mates y empezó a picar los restos fríos de la pizza que le habían sobrado de la noche anterior. Naranja, su conejo blanco, dormía sobre una sandía y parecía que estaba empollando un gran huevo verde. Mónica Beatriz se preguntó si Naranja habría sido en otra vida un dinosaurio albino. Y ella… ¿habría sido rubia en todas sus vidas pasadas?
- Hola ¿Maruja?
- Sí, ¿quién habla?
- Mónica Beatriz, del Hospital Blas Dubarry, se acuerda que hace poco le conseguí un turno para que le hagan un colon por enema a su hermana Beba…
- Ah sí, claro querida ¿cómo andás?
- Bien Maruja gracias, en realidad la llamaba porque Beba me contó que usted tira las cartas, y necesito que me confirme las fuertes sospechas que tengo de que fui una princesa danesa y de que voy a ser la próxima reina de Holanda…
- Claro que sí querida, no hay problema, venite cuando quieras, lo único que te pido es un poco de alpiste para Luisito.
Mónica Betriz acomodó a Naranja en el canasto de la bicicleta, sintonizó en su radio portátil la repetición del programa de Luisa Delfino “Te escucho” y empezó a pedalear rumbo al barrio La Trochita. De camino a lo de Maruja, Mónica Beatriz no podía dejar de pensar que cuando sea reina alguien más pedalearía por ella, y que el sillín trasero de la bicicleta sería un excelente medio para pasearse por el reino y saludar a la plebe. Trató si éxito de hacerse atropellar por cuanto auto se le cruzaba, incluso intentó estrellarse contra uno estacionado.
Cuando llegó a la casa de Maruja, ató la bicicleta a la pequeña reja verde que separaba el jardín de la vereda, apagó la radio, se puso a Naranja, el conejo blanco, sobre el hombro y tocó timbre.
- Pasá, querida, pasá.
Mónica Beatriz entró a la casa, se sentó y puso a Naranja sobre la mesa.
- ¿Me trajiste el alpiste?
- Sí, acá está.
- ¡Luisito! Vení.
Luisito salió de la habitación y entró a la cocina.
- Tomá, acá tenés el alpiste, andá al jardín, y dejate de joder con querer subirte al techo y volar ¿eh?, que el arreglo de tu cadera ya me costó todo el mes del PAMI.
Luisito agarró la bolsa y se fue en silencio para el fondo.
- Querida, debo haber sido una reverenda yegua en otra vida para que me toque de marido este viejo conchudo. – Maruja reflexionó por un momento y se corrigió – Bah, pobre, él no tiene la culpa, lo que pasa es que nunca le hicieron el acta de defunción de su vida como gorrión, y teóricamente es dos seres al mismo tiempo: Alberto Torcoletti y Luisito, él prefiere que lo llamen por su nombre de ave. ¡Si vieras, nena, los que trabajan en el Registro de Reencarnaciones! ¡Cada quilombo arman esa manga de inútiles! son peores que los de la municipalidad de acá, con eso te digo todo.
Mónica Beatriz que no quería perder un sólo segundo más en esta vida mediocre de tinturas para el pelo preguntó:
- Maruja, ¿es cierto que usted ve el futuro?
- Claro querida, aunque con la edad me puse un poco corta de vista… pero sí, veo el futuro, digamos… de acá a unas dos horas
- ¿Pero qué, entonces no me puede decir si voy a ser la próxima reina de Holanda?
- Y… mirá, como están las cosas no.
- ¿Y el pasado? Aunque sea confírmeme que fui una princesa danesa, finlandesa, vikinga, o por lo menos que ya se habían descubierto las tinturas para el pelo en la época en que viví
- Bué, a ver qué es lo que puedo hacer… decime una cosa, ¿a qué hora naciste vos?
- Mi mamá dice que fue después de ordeñar las vacas y antes de juntar el maíz, supongo que debe haber sido a las diez, once de la mañana.
- ¡Madre mía! Vos sí que te las viste negras nena, eh…
- Si Maruja, no se imagina lo dura que es la vida de campo hay que patear por lo menos 15 kilómetros para llegar hasta la peluquería más cercana, por eso después nos fuimos a la ciudad.
- No nena, quiero decir que fuiste una viuda negra, un trabajador en negro, el Negro Fontova, el Mar Negro, un pedazo de carbón y el hombre bala del Circo Rodas.
- ¿Y ése no era rubio?
- No, era castaño oscuro y encima murió negro por el tizne.
- Pero mire bien Maruja, estoy segura que tiene que haber alguien rubio.
- Ah, mirá, acá aparece Oblonga Tzonga una princesa pigmea.
- ¿Pero Maruja de qué me sirve ser princesa si fui negra y petisa?
- Oblonga Tzonga no sólo era albina, sino que además fue la enana más alta de toda la tribu…
- ¡Ah bueno, así sí que toma color… y uno más claro, por suerte!, ahora entiendo perfectamente mi debilidad por comer bananas y subirme a los árboles.
- Pero mirá… ¿qué te acabo de decir sobre los inútiles del Registro de Reencarnaciones? Mirá lo que hicieron, le atribuyeron la vida de Oblonga Tzonga a otra persona más, y como la reencarnación compartida viola el artículo 136 inciso 12 del Código de Reencarnaciones, esta vida pasada tuya queda automáticamente anulada.
- ¡¿Cómo que anulada?! no puede ser, Maruja.
- Decime una cosa ¿vos no conocés a ningún Cabrera?
- Sí, es mi jardinero y admirador, ¿pero qué tiene que ver Cabrera en todo esto?
- Él también fue Oblonga Tzonga…
- ¡Pero hijo una gran siete, que no se conforma con matarme las azucenas que ahora también me mata la ilusión! ¡Tenía que venir a joderme la única vida en la que fui rubia de verdad! ¿Y ahora qué hago Maruja?
- Y yo te aconsejo que hagas un reclamo en el Registro de Reencarnaciones, eso sí, el señor Cabrera va a tener que ir con vos porque necesita firmar la renuncia a la vida de Oblonga Tzonga. La sede central está en Nueva Delhi, pero me parece que hace poco abrieron una sucursal en Suipacha, esperá que te paso la dirección. – Maruja fue hasta el mueblecito donde tenía el teléfono, agarró la guía y buscó en las Páginas Amarillas. – Acá está, ¿tenés para anotar? Avenida del General Rivas número 13.
Mónica Beatriz puso a Naranja en el canasto de la bicicleta y se dirigió al único lugar donde sabía que encontraría a Cabrera: el club social y deportivo El Porvenir.

Cabrera tenía el codo izquierdo apoyado sobre la barra y con el brazo derecho se empinaba una damajuana verde. Miraba, triste, los muñequitos del equipo de Boca del metegol que tenía enfrente. El amarillo de la camiseta de los xeneizes era tan o más artificial que el pelo de su Pachroncita. Mientras repetía una y otra vez la estrofa que habla sobre la Rubia Mireya del tango Viejos Tiempos, Cabrera sacó de su bolsillo una bombacha aleopardada, que había robado del tendero de Mónica Beatriz, y se la pasó por el hocico a su perro.
- Guela Segundo y vaya a guscarla.
Segundo, que siempre el primero en asustarse, se escondió detrás de las piernas de su amo al escuchar el estruendo de puertas, mesas y sillas que hizo Mónica Beatriz al entrar al club. Cabrera miró asombrado a Segundo y le acarició la cabeza.
- Sabía que era guen sagueso usté, pero lo de mentalista se lo tenía bien oculto ¿ah?.
- ¿Dónde está ese condenado?
Mónica Beatriz empujó a los muchachos que jugaban al metegol y se dirigió hacia Cabrera.
- Escuche una cosa y escúcheme bien, porque es la única vez que se lo voy a decir: ¡Devuélvame a Oblonga Tzonga!
Cabrera miró a Segundo, después se miró la mano en la que colgaba la bombacha de Mónica Beatriz y resopló:
- ¡Tanga, zunga, tzonga, culottes! En mi épocas todos se llamaban calzones Pachroncita… y déjeme decirle que yo no tuve ná que ver con esto del chrobo… la culpa la tiene el Segundo.
- ¿Pero de qué está hablando pedazo de infeliz?
- De nada Pachroncita. – Cabrera cerró la boca y se guardó la bombacha en el bolsillo derecho de su pantalón. – Y dígame ¿qué le tengo que devolvé yo a usté?
- A Oblonga Tzonga, una princesa albina pigmea, ¿sabe usted Cabrera que vivimos más de una vez?
- ¡Pero déjeme de jorobar a mí con eso Pachroncita, que es pura cosa de Mandinga…!
- Pero qué Mandinga ni que Mandinga Cabrera, se llama reencarnación y es la posibilidad de superar el karma de nuestras vidas pasadas.
- Usté no andará metida en esa cosa chrara como la Madonna y el Kabbalah o como el Tom Cruise y la Cientología, ¿no?
- ¡Pero déjese de pavadas y acompáñeme!
- ¿A dónde?
- A Suipacha.
- Ah, no Pachroncita, yo ahí si que no voy, le debo una plata a un vago y me la tiene jurada. Este cuerpito se queda acá, sí.
- Pero cierre la boca y sígame que no le pregunté si quería venir o no.
Mónica Beatriz comenzó a caminar hacia la puerta, Naranja, el conejo blanco, dormía sobre el hombre de ella. Cabrera bajó la cabeza y se resignó a acompañarla, Segundo lo seguía como un mal recuerdo.

Cuando por fin llegaron a Suipacha, Cabrera entró a la primer panadería que cruzaron por el camino, pidió una bolsa de papel, le hizo 2 agujeros a la altura de los ojos y se la puso en la cabeza.
- ¿Pero qué hace con eso Cabrera?
- No le dije que me andan guscando Pachroncita, con esta máscara ni el Segundo me chreconoce.
El pobre Segundo se encontraba, en efecto, más perdido que perro en cancha de bochas. Había comenzado a ladrarle a su amo y de vez en cuando le largaba un tarascón a los tobillos.

En la puerta de la casa número 13 de la avenida del General Ribas colgaba un cartel hecho a mano: Registro de Reencarnaciones. Horarios de atención al público de 13h00 a 14h00. Por cambios de signos en el Horóscopo Chino, el personal atenderá de 14h00 a 14h30. Sonría, su próxima vida podría ser la de una rana.
El cuerpo administrativo del Registro festejaba el año de la cabra y habían decorado sus cabezas con dos cuernitos blancos y sus peras con una chiva del mismo color.
- El que sigue.- Gritó la cabra más gorda de la oficina.
Mónica Beatriz, Naranja, Cabrera y Segundo caminaron hasta el mostrador.
- ¿Si?…
- El señor Cabrera, acá presente, quiere renunciar a la vida de Oblonga Tzonga.
- Mmmeeeeeeeeee podría repetir el nombre de la reencarnación.- Sonrío la gorda. Hablar como las ovejas era el chiste más habitual durante el año de la cabra.
- Oblonga Tzonga t – z – o – n – g – a.
- Aja, sí, acá la tengo, linda chica ¿eh? Supongo que vienen por lo de la reencarnación compartida ¿no?
- Así es.- dijo Mónica Beatriz.
- ¿Está seguro usted que quiere renunciar a la vida de Oblonga Tzonga? Mire que fue una princesa.
La bolsa de cartón que Cabrera tenía sobre la cabeza se movió hacia delante y hacia atrás.
- ¡Quiere hacerme el favor de sacarse eso de la cabeza señor, que esto es una institución seria!- dijo la cabra enojada.
Cabrera movió la cabeza en forma negativa. Mónica Beatriz dejó a Naranja sobre el escritorio, se acercó a Cabrera y le juró que si no hacía lo que la mujer le decía, ella misma se iba a encargar de quitarle la bolsa y hacérsela tragar por los agujeros de la nariz.

El vago a quien Cabrera le debía plata se llamaba el Loco Burrás, y desde que había llegado al Registro de Reencarnaciones para reclamar la herencia de su vida como Luis XIV, no había podido sacar los ojos de encima de aquella rubia que llevaba un conejo blanco sobre el hombro. Era la décima vez en lo que iba del año que la cabra Rodríguez le respondía lo mismo “Burrás, para el trámite le hace falta un pasaporte de la Unión Europea, o que algún familiar del Señor Luis XIV lo reconozca a usted como Luis XIV”. El Loco Burrás no tenía ni pasaporte ni picaporte, vivía debajo de un puente, y para colmo de los colmos era uno de los pocos argentinos que no tenía ascendencia italiana. Estaba yéndose tal como había llegado: con una mano atrás y otra adelante, cuando el tipo que acompañaba a la rubia se sacó la bolsa de la cabeza, era Cabrera, el jardinero de Mercedes que le debía cinco pesos de un partido de truco. El Loco Burrás le robó los cuernitos a Rodríguez, corrió hacia Cabrera y amenazó con perforarle el cuello si no saldaba la deuda. Mónica Beatriz iba a empezar a limarse las uñas cuando cayó en la cuenta de que Cabrera todavía no había firmado la renuncia. Tiró la lima al suelo, agarró una pila de expedientes que había sobre el escritorio y comenzó a pegarle en la espalda al Loco Burras.
- ¡¡¡Suéltelo desgraciado que todavía no firmó!!!
El Loco Burrás largó los cuernitos y corrió a esconderse detrás de la gorda. Cuando se recuperó del susto y recobró el aliento, se asomó por el costado derecho del cuerpo y dijo con voz finita :
- Más respeto que está usted tratando con Luis XIV.
La gorda que había perdido la paciencia, se sacó la chiva blanca y dio un golpe sobre el escritorio.
- ¡Qué esto no es un circo carajo! Señor, firme de una vez la renuncia a la vida de Oblonga Tzonga y váyanse de acá.
- Firmo con una condición…- dijo Cabrera - que la Pachroncita le deguelva los cinco pesos al Luis XIV y que el Luis XIV me deje venir a Suipacha a jugar truco.
El Loco Burrás que ya había salido de su escondite lo corrigió.
- Ahora son cinco con cincuenta Cabrera, intereses, nosotros los de la realeza somos gente de negocios.
Mónica Beatriz aceptó el trato, le dio la plata al Loco Burrás, le deseó suerte con el problema de la herencia de Versailles y sonrió: estaba a un paso de haber sido legalmente rubia.
- ¿Y para cuándo? ¡Qué no tengo toda la tarde!- la cabra gorda empezaba a impacientarse.
Cabrera tenía la lapicera en la mano y estaba a punto de hacer una cruz debajo de su apellido en el acta de renuncia pero se arrepintió:
- Hay otra condición Pachroncita: un piquito.
- ¿Pero usted está loco Cabrera o desayunó con agua oxigena?
- Lo que pasa Pachroncita es que ya le tomé cariño a la Oblonga…

Lo que pasó esa tarde en el Registro de Reencarnaciones es un recuerdo que Mónica Beatriz prefiere olvidar. Cabrera en cambio enmarcó el boleto de colectivo a Suipacha junto a la foto de una rubia a la que bautizó Santa Oblonga Tzonga.

4 comentarios:

  1. excelente... aguante monica beatriz!!!

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  2. MICA ... CONOCZCO A NORMA BEATRIZ Y TU RELATO ES TAN BUENO QUE PARECE QUE LA ESTUVIERA VINDO... JA, JA, ... TE FELICITO,ESCRIBIS BARBARO
    MELI

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  3. hablando de escribir .. sin anteojos escribi para la mona ... sepa disculpar la escritora

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  4. Éste es de alto vuelo, mujer, muy bueno.

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