lunes, 27 de abril de 2009

Quien te ha visto y quien te ve.



Quien te ha visto y quien te ve, probablemente no se atreva a decir que se trata de la misma persona.

El cielo se volvió negro en pleno día y María Felicitas Testa tuvo su primera contracción. Claro que luego de haber parido dos hembras y cortar ella misma el cordón umbilical con los dientes, el espasmo en el vientre fue considerado como el menor de los importunos. Aquello se asemejaba más a un capricho intestinal que a una labor de parto. Lo que realmente consiguió enfadar a Felicitas fue el eclipse.

Sin tiempo a encender el farol de noche, vació una arpillera de marlos de maíz, metió en el saco unas pantuflas, un frasco de agua de colonia, unas compresas por pura desconfianza a la medicina occidental y montó a pelo una yegua hasta el hospital DR. Ramón Carrillo.

Abrió las puertas de par en par y juntando las rodillas, para retener aquello que se le escurría del útero, pidió entre lágrimas un médico o un veterinario:

- ¡Rápido, que a ésta me la trae la noche!

Vicente Bordazahar dejó de ordeñar vacas y miró con recelo el cielo negro de las dos de la tarde, escupió el pasto que masticaba y luego de levantarse la boina para secar su frente con el antebrazo, se dirigió hacia el Ford A con el paso áspero de los jinetes. Como buen baquiano, al llegar al cuartel octavo, advirtió que la humedad de la tierra no podía sino ser el líquido amniótico de su mujer. Volvió a escurrir el sudor de su frente, sacudió la cabeza y pestañeó tan fuerte como pudo para quitar aquellas manchas grises que le estorbaban la visión. No importaba que su vida hubiera estado plagada de féminas preñadas, ni que su mujer ya le hubiera dado dos hembras con su mismo pelo de viruta, la posibilidad de que el próximo sea un macho lograba siempre aflojarle las piernas.

Aceleró el Ford A, pasó del punto muerto a tercera sin reparar en sutilezas y se dispuso a seguir el rastro mojado del camino. El estruendo del motor causó un revuelo en un gallinero cercano y una bataraza se incrustó en el radiador. Llegó al hospital DR. Ramón Carrillo embadurnado de tierra y salpicado de plumas. La gallina aún seguía con vida, Vicente la cargó bajo el brazo y entró. No hizo tiempo a abrir la boca que una enfermera se le acercó:

- Usted debe ser el padre, sígame.

Vicente sonrió y se enorgulleció del evidente parentesco que mantenía con el recién nacido mejor dotado de todos los tiempos. Pero lo que verdaderamente ignoraba era su aspecto. Vicente estaba empolvado en tierra de los pies a la cabeza y los ojos grises le resaltaban con dos reflectores de caza, tenía las manos blancas de leche cuajada y el cuerpo emplumado fortuitamente. Como si aquello hubiese sido poco, entró a la sala de partos con la bataraza bajo el brazo.

Felicitas lloraba sin consuelo. Estaba cercada por un pantano de placenta ensangrentada y se negaba a cerrar las piernas.

- ¡Vuélvanla a meter!- rogaba con la aorta a punto de estallarle - ¿No ven que es por el bien de la humanidad?

- ¿Cómo “vuélvanla”? y en todo caso nena, no le estarías haciendo un favor a nadie, privar al mundo de Vicente el Grande, ¡Ja! Ni el loco Burrás dice tantos disparates.

Felicitas lo vio parado a los pies de la camilla y se le inyectaron las venas de los ojos. Se quitó el catéter del brazo y amenazó con matarlo ahí mismo si se le arrimaba un paso más. Lo encontraba culpable de aquella desgracia que acaba de parir.

La enfermera se acercó temerosa, dejó la incubadora junto a los padres y salió de la habitación bañada en sus propias lágrimas y suplicándole al señor que aquella perturbadora visión no le causara traumas permanentes.

- ¿Qué tenés para decirme ahora, Vasco?

Felicitas había descubierto el rostro de la criatura y con la otra mano se cobijaba los ojos.
- Que es mujer y encima horrible.

Los padres se miraron descorazonados sin saber que aquella larva marchita tenía por destino convertirse en una hermosa mariposa rubia de ojos verdes. La llamaron Mónica porque venía del griego “monos” y en verdad era el animal que más se le parecía, y Beatriz en honor a la valiente partera que le vio la cara por primera vez.

Mónica Beatriz fue una con la naturaleza, se abría y se vertía ella misma en el verde del pasto y dejaba que la tierra penetrara por cada uno de sus orificios. Mónica Beatriz fue una criatura silvestre que nadaba desnuda en el canal 15 y se revolcaba entre los ranúnculos acuáticos mientras mordía a las nutrias. No lograron vestirla ni acostumbrarla a que utilice el baño hasta los 14 años. Cuando por fin consiguieron destetarla de la chancha Begoña y sentarla a la mesa como el ser humano que no era, no pudieron nunca quitarle el hábito de que se buscara y comiera sus propios piojos a la hora del postre. Mónica Beatriz era feliz ignorando su fealdad, desconocía la crueldad de las narices respingadas y la división que existe entre las dos cejas. Era una criatura magra y peluda, tenía los ademanes de las ardillas y siempre se encontraba en el lugar donde menos pensaban hallarla.

Cuando Felicitas se esforzaba en la letrina, Mónica Beatriz le golpeaba el techo de la casilla, levantaba una madera y saludaba efusivamente a su madre desde lo alto. Felicitas se irritaba y trataba en vano de cazarle el rostro con una sopapa, para aquel entonces Mónica Beatriz se encontraba ya entronada en los más alto de la acacia. Con su risa de colibrí y sus dientes amontonados antojadizamente hacia el frente, Mónica Beatriz volvía a saludar a su madre y saltaba de árbol en árbol hasta llegar al corral de los cerdos. Se acostaba boca arriba en el lodo y mientras con una mano le acariciaba las tetas a Begoña, utilizaba el pulgar de la otra como chupete y dormía siestas eternas aspirando el aroma de las flores marchitas recalentadas por el sol.

El matrimonio Bordazahar tomó una decisión, el mes entrante se mudarían a la ciudad. Quizás aquel cambio lograría lo que en catorce años ellos no consiguieron: civilizar a Mónica Beatriz.

Compraron una casa en la calle Tucumán y para conmemorar aquel evento, decidieron tomar una fotografía familiar. Apuntaron una cita con “Blanco Fotos”. El jueves 25 de enero, a las dos de la tarde la familia Bordazahar ya estaba lista para su turno de las cuatro. Felicitas resistía con valentía el calor que la sofocaba dentro de su miriñaque, las otras dos hijas mayores, María Elizabeth y María del Carmen, encontraron propicia la ocasión para decorarse la cabeza con peinados estrafalarios, Vicente, aún decepcionado por “Vicente el Grande”, se rehusó rotundamente a vestirse de gaucho y se quedó en slip y alpargatas. Mónica Beatriz parecía una lechuza asusta sin acacia para refugiarse. Habían tratado de vestirla, cortarle el pelo y limarle las uñas, pero se resistió tan ferozmente que decidieron dejarle usar su vestido de arpillera, que parecía una versión apolillada de los trajes de indio de los actos escolares. Mientras el resto de los Bordazahar ensayaba poses bajo las azaleas del jardín, Mónica Beatriz se infiltró al cuarto de sus hermanas y se pintó los labios de rojo, en un intento por imitarlas.

Cuando finalmente se decidieron por la posición tradicional: los padres parados y las crías sentadas, observaron estupefactos a Mónica Beatriz. Se había echado toda clase de productos para el cabello y sus rulos se elevaban 30 centímetros por encima de la cabeza. Había resuelto el problema de su “monoceja” con una trenza que le cruzaba toda la frente y se mantenía unida al cabello gracias a un moño rojo de satén. Los dientes interrumpían el carmín desprolijo de los labios y su paso sobre los tacones de corcho se asemejaba más al de un convaleciente de hemorroides que al de una adolescente coqueta. Por temor a herir sus sentimientos, la familia reservó sus comentarios. Alfonso Blanco de “Blanco Fotos” llegó puntual a la cita y se retiró de la casa en el momento que vio a Mónica Beatriz, no estaba dispuesto a que su lente más reciente se astillara tratando de retratarla. Luego de variados intentos consiguieron que el Loco Burrás les tomara un daguerrotipo con una antigua máquina que parecía resistir hasta los más atroces adefesios. Aquella imagen es la única que se conserva de Mónica Beatriz en su estado natural.

No se sabe con exactitud el momento en que Mónica Beatriz tomó consciencia de su apariencia, ni el por qué de su cambio radical. Una noche abandonó la casa de la calle Tucumán equipada como para deforestar el Amazonas. Llevaba una motosierra a gasoil, guantes de cirugía, un martillo hidráulico, una lima para metales, 7 litros de lavandina concentra, tenazas, 3 frascos de sanguijuelas, 10 metros de cable de acero, 5 litros de ácido muriático y una guía para la mujer moderna de la revista Para Ti. Mónica Beatriz cruzó el umbral de la puerta con tal determinación, que ninguno de la familia se atrevió a preguntarle adónde se dirigía, o si alguna vez regresaría.

Pasaron siete meses sin noticias de Mónica Beatriz. Al principio pensaron que no había logrado adaptarse a la ciudad y había vuelto a vivir en la copa de las acacias. Hicieron desmontar el campo con la esperanza de hallarla, pero lo único que encontraron fueron nidos de calandrias. Pensaron en una militancia activa como ecologista de Greenpeace, pero la ausencia de cartas o llamados telefónicos les pareció poco propio de Mónica Beatriz. Concluyeron que había muerto o que una secta la había raptado para utilizarla de muñeca vudú. Le rindieron los debidos honores fúnebres y dieron fin, de ese modo, a la incertidumbre de su paradero.

Una tarde de julio, golpearon la puerta de la calle Tucumán. Felicitas Testa dejó de amasar la pastafrola.

- No hemos mandado ninguna carta a “La noche del domingo”, tiene usted la dirección equivocada señorita.

Felicitas comenzaba a cerrar la puerta, cuando aquella mujer que parecía una secretaria Sofovich le dijo:

- Mamá, soy yo, Mónica Beatriz.

Felicitas pensó que se trataba de una broma de mal gusto, en nada se parecía esa rubia de cabellos largos, lacios y sedoso a su pequeña vizcacha de pelo negro, áspero y ensortijado. Quien decía ser Mónica Beatriz tenía por ceja, dos trazos bien definidos y delicados, una nariz sutil y no el gancho para colgar reses de su verdadera hija. Lo que más delataba a la impostora era el color de los ojos, Mónica del campo tenía dos tordos en la mirada, ésta, dos cotorras de las más tropicales.

Vicente casi muere de un aneurisma cardíaco cuando la exuberante rubia, envuelta de retazos de cuerdos de chita, le dijo “Hola pa”. Allí se suicidaron sus esperanzas sobre “Vicente el Grande”. La hermana más grande y más loca, la vio y comenzó a reírse:

- ¿Qué haces mugrienta? Te pareces a la Fasi Lavalle antes que la metan presa.

Mónica Beatriz había vuelto renovaba, no sólo por fuera, sino también por dentro. Dictaminó una sarta de pavadas “New Age”, y luego citó a la licencia Moreschi, quien años más adelante se convertiría en su nuevo ídolo: “el vínculo de alianza, liga los lugares de esposo y esposa, ocupados por el yo de cada uno de ellos y el vínculo de filiación liga los lugares de los padres con el de los hijos”. Nadie comprendió una sola palabra de lo Mónica Beatriz había dicho y reafirmaron sus sospecha de impostura. Mónica Beatriz logró convencerlos que era ella cuando con una habilidad sorprendente se encontró un piojo y se lo comió sin mostrar el menor signo de asco.

Volvieron a vivir en familia y con el tiempo se acostumbraron a la presencia de aquella frondosa rubia que decía llamarse Mónica Beatriz. Pronto se habituaron a las estrambóticas poses de hatha-yoga, que copiaba de una china llamada Wai-Lana en la televisión, y a sus eternos baños de vapores mefíticos para mantener su piel blanca y tersa como los jazmines. A pesar de las quejas del Vasco, Mónica Beatriz redecoró la casa según los preceptos del Feng-Shui y una vez por mes organizaba veladas de clavicordio a las que nadie asistía.

Los rumores sobre la belleza de Mónica Beatriz se extendieron a la largo de la Ruta 2, y pretendientes de lugares remotos llegaban hasta Castelli para dejarle ofrendas. La casa se colmó objetos inservibles, triciclos de oro, muñecas de porcelana, un carrusel traído de París, tigres albinos de la región de Bengala y un enano llamado Alfio para la que complaciera en todos sus caprichos.

El brillo en sus ojos de cotorra tropical comenzó a extinguirse. A pesar de estar viviendo una vida de tules y brillantina, Mónica Beatriz intuía nuevos y excitantes horizontes más allá del canal 15. Una noche volvió a desaparecer, esta vez lo hizo junto a Alfio. La familia Bordazahar la creyó en otro exilio de mariposa, y tuvieron que pasar meses hasta que por fin volvieron a acostumbrarse a su ausencia. Descartaron la opción de volverle a rendir los debidos homenajes fúnebres y se alegraron de saber que estaba viva cuando encendieron el televisor y la vieron meneando el traste junto a las otras “draculonas” en el programa de Portal.

martes, 24 de marzo de 2009

El error de Vladislav Sergéevich Smirnov

Basado en un hecho пышный1

Todo el mundo comete errores, el del ruso Vladislav Sergéevich Smirnov fue, sin duda, confundir a Mónica Beatriz con Natalia Oreiro.
Era un domingo de verano y sol y Vladislav Sergéevich Smirnov esperaba en la plaza “Virgen Nuestra Señora de las Mercedes” el turno para visitar a Svetlana Ivánovna Smirnova. Hacía seis meses que Svetlana cumplía su condena en la Unidad Penitenciaria número 5 por levantar quiniela clandestina en un puesto de hamburguesas frente a las escalinatas de la iglesia Catedral. El negocio de la mafia en aquel pueblo perdido del oeste se ponía cada vez más difícil. Mónica Beatriz pasó por aquella misma plaza aquella misma tarde con Naranja a upa, hacía tiempo había adoptado la costumbre de no salir de la casa sin su conejo. Vladislav Sergéevich Smirnov la vio pasar y se olvidó de su amor por la antigua Unión Soviética, de su odio por la nueva Federación de Rusia y de su esposa Svetlana Ivánovna Smirnova. Se olvidó de todo y existió sólo para esa loca mujer que paseaba con animales bajo el brazo.
- назвать себя, сказать своё имя? Natasha Oreiro, нет?2
Mónica Beatriz no comprendió una sola palabra de lo que el ruso había dicho, pero creyó entender que le remarcaba su parecido a Natalia Oreiro, y a pesar de que era un poco morocha para su gusto, consideró que el verde de los ojos de ella se le parecía mucho al de sus lentes de contacto y dijo:
- Sí, tiene razón, se me parece.
Vladislav Sergéevich Smirnov no comprendió una sola palabra de lo que ella había dicho, pero creyó entender « если, детёныши »3 y a pesar de que era un poco rubia para su gusto, prefirió creer que alguna productora local había recuperado la esperanza en “El Deseo” y Natasha había vuelto al ruedo.
Difícilmente algún hombre cumplía con la incompatibilidad de criterios que Mónica Beatriz utiliza para seleccionar sus amantes, y seguramente no iba a ser Vladislav Sergéevich Smirnov quien los reuna: 1) que sea joven y que no tenga acné 2) que sea joven y rico 3) que sea joven y que muera rápido
Le costo sudor y sangre a Vladislav Sergéevich Smirnov convencerla en ruso de que sus años eran apenas unos tiernos 23, que su rostro viejo y cansado era producto de la inclemencia siberiana, que la facha de croto no era por falta de dinero sino simple rebeldía adolescente y que como mucho lograría sobrevivir un año en este país donde el vodka era más liviano que el agua. Los argumentos en ruso no fueron suficientes para Mónica Beatriz y se marchó tal como había llegado, con Naranja bajo el brazo. Fue en el momento en que la imagen de ella se desvanecía bajo el sol de la avenida 29, que Vladislav Sergéevich Smirnov comprendió la urgencia de aprender el español:
- предоставить! религиозное утешение умирающему!4
Una voz ronca de erres arrastradas le contestó:
- содействовать, покровительствовать; поддерживать…5
Cabrera, antiguo jardinera y eterno enamorado de Mónica Beatriz, nunca más pronunció una sola palabra en ruso y el misterio sobre si aquello fue una intervención divina para ayudar a Vladislav Sergéevich Smirnov o si Cabrera es realmente diestro en el manejo de esa lengua, sigue irresuelto.
Cabrera y Vladislav Sergéevich Smirnov se volvieron inseparables, no hubo rosa ni tulipán que Cabrera abonara sin la compañía del ex agente de la KGB. Cabrera lo instruyó en el arte de la jardinería, el folklore y el galanteo a la mujer rioplatense, llegó a confesarle su máximo secreto para la conquista: “Adoran que uno las llame Pachroncita”. Cabrera consideró que ya no podía trasmitirle nada más a Vladislav Sergéevich Smirnov cuando en el último ensayo para serenata en “do mayor” el ruso logró erizarle la piel ni bien comenzó a cantar “Entre el cielo y la tierra” de Los Nocheros.
Gracias a antiguas amistades que aún mantenía de sus años en la KGB, Vladislav Sergéevich Smirnov consiguió todas las informaciones sobre Mónica Beatriz, incluso las que aún no le habían ocurrido y ella desconocía. Se presentó un lunes en el consultorio del Doctor Lee donde ella trabajaba como secretaria y trató de iniciar un diálogo ocasional y despreocupado:
- Sabrá usted, Natasha, que los hombres poderosos como yo sufrimos de un terrible stress, y que una investigación recientemente publicada por científicos del MIT ha revelado que la acupuntura es la mejor solución.
La miró esperanzado, pero el verde de los lentes de contacto de su Natasha seguía inmóvil sobre Naranja. Vladislav Sergéevich Smirnov respiró hondo y trató de imaginar qué es lo que su mentor Cabrera hubiera hecho en aquella situación definitoria, y sin meditarlo dos veces dijo:
- El primer muerto es gratis para usted, pachroncita.
Esa misma tarde, cuando el sol se ponía sobre el Río Luján, Vladislav Sergéevich Smirnov mudó su cepillo de dientes a la casa de Mónica Beatriz. Se amaron hasta el hartazgo. En los ratos libres de amor, veían una y otra vez sus episodios favoritos de “Muñeca Brava”, “Kachorra” y “Sos mi vida”, por supuesto todos en versión rusa. Había días en los que él le suplicaba al oído que interpretara el tema “Tu veneno”, y entonces ella se hacía la difícil y le decía que lo haría con la condición de que se lo pidiese en ruso. Entonces, Vladislav Sergéevich Smirnov, atravesaba el abismo húmedo de las sábanas arrugadas y le corría hacia un lado la falsa cabellera rubia:
- другое дело; это другой вопрос “Tu veneno”, договор Natasha любовь.6
Entonces, Mónica Beatriz saltaba de la cama, se echaba encima los trapos coloridos del último carnaval y corría semidesnuda como una loca por toda la casa al ritmo de “… tuve tu veneno, tuve tu amor y también tu fuego …”
Vladislav Sergéevich Smirnov la inició en el delicioso arte culinario ruso, todos los días probaban una nueva exquisitez soviética y adoptaron la costumbre de brindar con vodka por las mañanas. Mónica Beatriz olvidó por completo sus orígenes rioplatenses y se autoproclamó descendiente real del Zar Demetrio II. Dejó de caminar por las calles mercedinas, como el resto de los mortales y sólo salía de su casa en la limusina blanca de la Cochería Rossi que Vladislav Sergéevich Smirnov le había alquilado. En caso de que alguna urgencia lo ameritara y que la limusina estuviera ocupada por casamiento o funeral Mónica Beatriz aceptaba caminar, pero lo hacía envuelta en el tapado de perro siberiano, que Vladislav Sergéevich Smirnov le había hecho traer desde su querida ex Unión Soviética. Así hicieran treinta y cinco grados de sensación térmica ella nunca se lo quitaba, pues opinaba que iba de maravilla con Naranja y con el verde de sus lentes.

Como nadie pudo asegurarle la existencia de vino en el cielo, Cabrera descartó inmediatamente la idea de un suicidio. A veces se escondía detrás del plátano de la calle 32 y espiaba a su amada pachroncita, la veía atravesar la ventana como una desaforada, la veía hacer una medialuna o un rondó fliflá envuelta en unos trapos ridículos y minúsculos. Una noche, cuando su cuerpo no soportaba un sólo suspiro más de pena, escribió su despecho en un papel, lo tiró por debajo de la puerta de Mónica Beatriz y se marchó a La Palangana a sembrar nuevas azucenas. A la mañana siguiente, Mónica Beatriz salió envuelta en su tapado de perro siberiano a sacar la basura, levantó el papel, se acomodó la lente izquierda y lo leyó:

“Yo recuerdo, no tenías casi nada que ponerte,
hoy usás ajuar de seda con rositas rococó,
¡me reviente tu presencia... pagaría por no verte...
si hasta el nombre te han cambiado como has cambiado de suerte:
ya no sos mi Margarita, ahora te llaman Margot!”

Hasta siempre… Cabrera.
PD: el ruso se la come.

Mónica Beatriz respiró, trató de cerrar la boca que se le había abierto como una bisagra e hizo un lugar en la bolsa de basura a aquella carta equivocada destinada a una tal Margarita o una tal Margot.

Todo el mundo comete errores, el segundo del ruso Vladislav Sergéevich Smirnov fue, sin duda, pedirle a su Natasha Oreiro que volviera a su castaño natural.
Esa misma tarde, cuando el sol se ponía sobre el Río Lujan, Mónica Beatriz tiró el cepillo de dientes de Vladislav Sergéevich Smirnov a la calle y envuelta en el tapado de perro siberiano, le gritó desde su ventana de la segunda planta:
- ¡Qué rubia nací y rubia me muero, ruso de mierda!
Nunca más se lo volvió a ver a Vladislav Sergéevich Smirnov por las calles mercedinas, algunos conjeturan que se batió a duelo con Cabrera y perdió, otros que, simplemente, se mudó a San Andrés de Giles.

1 Real
2 ¿Cómo te llamás? ¿No me digás que sos Natalia Oreiro?
3 Sí, la mismísima.
4 Dios! Ayúdame a conquistarla y a aprender el español!
5 Vos los pedís, vos lo tenés.
6 Cantame “Tu veneno”, por favor Natalia mi amor.

martes, 17 de marzo de 2009

Algo sobre mi madre, todo sería demasiado

Gabriela Acher es una mujer de pelo corto, menopáusica y que habla mucho y muy rápido. Le plagió el nombre a la peli de Almodovar “Todo sobre mi madre” y tituló su monólogo: “Algo sobre mi madre… todo sería demasiado”, creo que me corresponde más a mí que a ella. “A menudo las madres se nos parecen y así nos dan la primera insatisfacción”
Tomemos el ejemplo de Víctor Sueiro que amenazó varias veces con tomar el tren, hasta que un día la solapa se le enganchó en la puerta y no tuvo más remedio que partir…. En uno de sus tantos retornos a la Estación Miserere el amigo de los ángeles aseguró “Tuve una visión de un túnel con una luz al final” (seguramente no era una visión, sino el Sarmiento que va de Mercedes a Once a la 6 de la matina), respiró hondo y luego de bajar la vista del cielorraso nos deslumbró con su increíble originalidad “Morir es como volver a nacer”. Mónica Beatriz no tuvo ni que ir a la esquina para volver a nacer, simplemente se divorció.
Mónica Beatriz colecciona amores, incoherencias, parecidos y porvenires iguales a su madre. Entre sus aires más célebres (todos atribuidos por….ella misma) encontramos a Paulina Rubio y Andrea Frigerio, Madre tiene una Hermana, más grande y quizá más loca, que la encuentra semejante… a Liz Fassi Lavalle y le asegura que va a ir presa. La cuestión del color de sus ojos me crea severos problemas de categorización, no sé si ubicarlo en “Incoherencias” o en su delirio de creerse el doble (según Madre el original) de la Frigerio.

- ¡Pero fijate bien cuando les da la luz!- el marrón del iris no para de llorarle, pero mantiene los párpados abiertos y la dirección de la vista fija en el sol de las dos de la tarde.

Si hablamos de amores no puedo sino comenzar por Cabrera. Cabrera y la belleza masculina se encuentran en dos puntos opuestos y probablemente nunca se crucen. Tengo un nítido recuerdo del martes 15 de febrero del año 2000. Otra vez el sol está en el cielo y son las dos de la tarde, pero Mónica Beatriz ya no mantiene la mirada clavada en él y ya no me pide que fije en el color de sus ojos, está totalmente convencida de que son verdes. Suena el portero.

- Pachroncita, Cabrrrrera.

(Cabrera y el misterio de sus ERRES: nunca pude dilucidar el por qué de sus erres arrastradas. Al principio pensé que se debía a una borrachera, pero luego de observar como sus movimientos se volvían más gráciles y suaves ante la presencia de Mónica Beatriz, comencé a sospechar que tal vez se trataba de una galantería francesa copiada de Anté Garmaz. Mi hipótesis se desmoronó el día que, delante de ella, no tuvo el menor reparo en sacarse un moco de la nariz y con la misma mano recuperar el calzoncillo que se le había perdido entre las nalgas. Entonces medité “tal vez sea correntino o riojano”, pero no recordaba dónde nació y tampoco recordaba su nombre. Todo indica que nunca debí descartar mi primer pensamiento.)


Hay hombres masoquistas, Cabrera tal vez uno de ellos, y hay mujeres dominatrices, mi madre sin duda una de ellas. El lunes 14 de febrero, luego de cortar el pasto bajo los húmedos clarores del mes, Cabrera llamó a la puerta de la cocina para despedirse de Mónica Beatriz con un beso en la mano, como de costumbre antes de irse juntó la ropa que la patrona secaba al sol trasero del jardín, depositó el bulto que cargaba sobre su hombro en los brazos de ella y luego con especial cariño le alcanzó las bombachas que colgaban de sus dedos.

- ¡Pero la gran siete Cabrera! ¿Cuántas veces le tengo que decir que no me junte las bombachas? ¡Y hágase un favor, báñese que huele peor que Iron (antiguo perro de la patrona)!
- Je - dio media vuelta, levanto los hombros y se fue con el paso difícil.
- ¡Y ojito con tomar!

A pesar de este episodio, para nada aislado, Cabrera regreso al día siguiente con su borrachera, para nada aislada. Pero el viernes 18 de febrero no fue como ningún otro viernes, como ningún otro 18 y como ningún otro febrero. Cabrera llevaba una camisa color rosa, rota pero limpia, bermudas náuticas y alpargatas Pampero azules con el elástico rojo y blanco. Mónica Beatriz lo miró a través de la ventana de la cocina y me dijo:

- Che, miramelo vos, si le pones los dientes que le faltan y le lavas los que tiene parece un modelo de Kenzo.

Desarrollaron un amor bizarro y una relación comercial basada en el trueque.

- ¿Por qué no vino ayer Cabrera? ¿No habrá estado tomando? Mire que le mando la policía.
- No pachroncita, que voy a tomar yo? Me agayó la noche camino acá.

Probablemente lo que lo agarró no fue la noche, sino el club “Porvenir” con sus mesas de felpa verde, sus fluorescentes inconstantes y su increíble variedad de damajuanas. Pero no hay mentira que funcione mejor con una mujer que un llamado de ayuda. Mónica Beatriz reprimió sus instintos y no lo sentó en su falda y abrazó su cabeza con las dos manos, tampoco lo desnudó y lo sumergió en un baño caliente hasta derretir la costra en su piel, sino que le obsequió una bicicleta, una estupenda “Bigote” de media carrera modelo ochenta y pico, con sillín y manubrio de paseo.

- ¡Qué yo no me entere que la pierda jugando o tomando! ¿Me entendió Cabrera?
- Sí, pachroncita.
- ¡La cuida como si fuese su propia madre, Cabrera!-.

(Y aquí es donde dudo si mi madre peca de inocente o si su ingenuidad es auténticamente falsa y plenamente consciente). Sería tremendamente hipócrita rechazar que si nuestra madre fuese bicicleta no la dejaríamo sin candado contra algún árbol esperando que alguien cometa el error de robársela y llevársela a su casa. “Cuidalo como si fuese tu madre” aplica a casos excepcionales: cuando la madre en cuestión pasó los ochenta años y perdió toda facultad del habla, cuando uno nunca tuvo madre, entonces cuida de la cosa por la importancia misma de la cosa sin ningún valor agregado, o cuando la “madre” es María Teresa de Calcuta (criterio que queda revocado a causa de su condición de monja, si hubiese tenido hijos seguramente se hubiesen opuesto a su canonización).

De todas maneras, Cabrera dijo:

- Sí, pachroncita-. Se fundió con la niebla de la madrugada mientras se alejaba pedaleando y a Mónica Beatriz se le hizo un nudo en la garganta, alzó los ojos color verde y pidió que llegase sano y salvo al que fuese su destino.

A cambio de la “Bigote”, Cabrera cortó el pasto gratis por tres meses, construyó una fuente Feng-shui en el jardín de ella y le prometió un conejo para que lo haga a la naranja. El conejo llegó, pero vivo, Mónica Beatriz no pudo hacerlo a la naranja, así que lo apodó Naranja. Finalmente la calma reinaba, el aire embriagaba con su aroma a césped recién cortado, Naranja brincaba alrededor de la fuente Feng-shui, Cabrera había zurcido el agujero de su camisa rosa y la Bigote descansaba tranquila con un bonito candado. El sosiego duró lo que tenía que durar y sucedió aquello que la Hermana más Grande y más Loca auguró.
Mónica Beatriz se dedica a ver las personas por dentro, saca radiografías en el Servicio de Rayos X del Hospital Blas Lorenzo Dubarry.

(Noc noc noc) - ¡Moni! Una placa.

Mónica Beatriz abrió los ojos verdes, eran las 3 de la mañana del jueves 24 de febrero del 2000.

- ¿Qué es Ramponi?
- Un borracho apuñalado
- Hacelo pasar y que se acueste

Mónica Beatriz se vistió con su ambo floreado en medio de tanto gris y se dirigió a la sala de rayos. Delante de la camilla estaba Amorina, ginecóloga y médica de guardia, menos rubia, quizás más loca y seguramente más tetona. Mónica Beatriz supo que aquello era una mala señal.

- No te preocupes, no es nada- dijo Amorina
- ¿Qué pasó?
- Es Cabrera.

Con el corazón pendiéndole de un hilo respiró hondo y apartó a Amorina del medio. Cabrera dormía con la sonrisa intacta y un rasguño en el costillar izquierdo más ligero que una pluma. La pena se le fugó del alma y la ira le encrespó los pelos como la mismísima humedad. Mónica Beatriz saltó en cuatro patas sobre la camilla y lo tomó por la solapa.

- ¿Qué pasó con la Bigote?
Cabrera entrevió los ojos
- ¿Pachroncita es usted o es el pedo más hermoso de mi vida?- y como para comprobar que todo aquello no era producto de la embriaguez le cacheteó la nalga.

Cabrera terminó con una fisura en la costilla, un ojo morado (nada comparado con el placer inmenso de haberle tocado el culo a su pachroncita), una noche en la comisaría y a sus pies como medio de transporte.

El retorno del hijo pródigo

Esa misma madrugada, antes que se lo llevaran a la comisaría, Mónica Beatriz revisó los bolsillos de Cabrera y encontró 50 pesos y 50 patacones. Decidió que lo más prudente era guardarlos hasta que él obtenga nuevamente su libertad. Él la obtuvo y Mónica Beatriz la perdió.
El viernes 25 de febrero Cabrera recobró, no por mucho tiempo, la sobriedad, tanteó los bolsillos y no encontró lo que buscaba, acusó al cabo Méndez de ladrón y pidió una entrevista con el comisario Mazuca, le dijo que él no tenía problemas en ir preso cuantas veces ellos así lo quisieran, pero que no le roben, porque perdería todo respeto en aquella gran institución: “La Bonaerense”. Mazuca se disculpó y le aseguró que con tal de retener un adepto buscaría por cielo y tierra al culpable y así lo hizo. Ese mismo viernes el móvil 54 se llevó a Mónica Beatriz con la planchita a medio hacer. El cargo: hurto simple con agravación moral.
Mazuca llamó personalmente a Cabrera y le dijo que todo estaba resuelto, que la malviviente, dada a conocer con el nombre de Mónica Beatriz B. estaba tras las rejas y que así se quedaría. Cabrera dejó caer el tubo del teléfono público y corrió con Naranja en los brazos hasta la comisaría. Recuperó la plata y pagó la fianza de Mónica Beatriz, el cabo Méndez le informó que la delincuente estaría en libertad luego de llenar ciertos formularios, que aquello no podía tardar más de dos horas, le ofreció sentarse bajo el retrato del General San Martín y un café doble. Cabrera prefirió mantenerse en el anonimato y se marchó con Naranja.
Mónica Beatriz nunca comprendió la causa de aquel encierro, de todas maneras pasaron dos semanas hasta que volvió a retarlo.

Y como dijo Faulkner se puede confiar en las madres…. No cambian jamás

domingo, 15 de marzo de 2009

Todas las promesas que uno hace al final del año que se va para el que viene se llama : Resoluciones de Año Nuevo.


Y si tengo que ser sincera con uds, debo confesar que no lo supe hasta Oklahoma "So Mika (Maica), what are your new year's resolutions?" y los miré con cara de choque y comprendieron que no tenía ni la más mínima idea de lo que estaban hablando y me explicaron y mi expresión se relajó, me consoló saber que no estábamos tan atrás del primer mundo.... y con orgullo dije:

- Ah, pero nosotros también tenemos eso, sólo que no lo llamamos por ese nombre- y ahí caí en la cuenta de que sí, estábamos por detrás del primer mundo.



Ellos tienen al enemigo identificado con nombre y apellido: "New Year's resolutions", mientras que nosotros, atormentados ignorantes, atravesamos el final del año con el enorme peso de hacer del que viene uno mejor, como si fuese un destino ineludible, una sombra que se nos aparece en medio del brindis y nos corta el "chin chin" con un nudo en la garganta y una lágrima en la aleta de la nariz "y si este año que viene es igual al que se está yendo", "y si mi voluntad, tan poco constante y tan mal amiga, me abandona otra vez?" .... Y sin embargo, cada 31 de diciembre seguimos haciendo eso que no tiene nombre.


Yo conozco a mi enemigo, le saqué DNI, pasaporte y cédula del Mercosur, y a pesar de eso sigo incursionando en el mismo error año tras año, como verán mi Voluntad es traicionera, incluso para no cumplirse.


RESOLUCIONES DE AÑO NUEVO 2009 por mí


· Fumar menos ( fracaso total )
· Sacar fotos ( todavía no terminó el año)
· Escribirles (acá estoy)
· Que llueva menos (resolución masoquista para confirmar que mi voluntad está en huelga, estoy en París llueve cada 5 minutos, permítanme aquí una reflexxxión extratemática, estuve meditando y descubrí porque esta ciudad es la llamada "La ville de l'amour" ¿Qué es lo que uno hace cuando llueve todo el maldito día y la TV apesta? Sííííí, es xxx eso lo del amor)
· Desearles un feliz año nuevo a mis seres queridos ( ¡Felizzzz año nuevo seres queridos!)
· No hacer resoluciones de año nuevo ( querida Voluntad: nunca lo podría haber hecho sin vos....)


Bueno y así termina la lista. Es tarde y el cielo está encapotado, a través de las nubes veo un haz de luz que va y viene como la batiseñal, es la Turra Infiel ( o si prefieren los formalismos la Torre Eiffel).


"¿Nuestro amor no importa?" le pregunta Ilsa (Ingrid Bergman) a Rick (Humphrey Bogart) en el peliculón Casablanca

"Siempre tendremos París" le responde él con la expresión constipada a pesar de que su corazón se le desordena delante de ella, hombre recio sin psicoanálisis ni mariconeadas. La escena de la película nos lleva al pasado del relato, ya no en África sino en París, y vemos un precioso y amplio apartamento que hace de nido a estos dos tórtolos, que miran con asombro y terror la invasión alemana por la ventana. ¿Fui lo suficientemente clara en el punto precioso y amplio apartamento con varios cuartos, chimenea, baño, ducha y cocina del lado de adentro de la puerta de entrada? Lo único que queda por agregar es que sí Humphrey, así cualquiera tiene un lindo recuerdo de París.... mi consuelo es mi ventana, da al Parc Montsouris donde transcurre el primer capítulo de Rayuela.... tomá pa'vo Bogart.

Eso es todo, el próximo episodio "Mi madre es una neohippie" contará con declaraciones exclusivas vía satélite, vía messenger, vía láctea de Mónica Beatríz .



Sin más me despido atentamente.

Ingrid Bergman.