martes, 24 de marzo de 2009

El error de Vladislav Sergéevich Smirnov

Basado en un hecho пышный1

Todo el mundo comete errores, el del ruso Vladislav Sergéevich Smirnov fue, sin duda, confundir a Mónica Beatriz con Natalia Oreiro.
Era un domingo de verano y sol y Vladislav Sergéevich Smirnov esperaba en la plaza “Virgen Nuestra Señora de las Mercedes” el turno para visitar a Svetlana Ivánovna Smirnova. Hacía seis meses que Svetlana cumplía su condena en la Unidad Penitenciaria número 5 por levantar quiniela clandestina en un puesto de hamburguesas frente a las escalinatas de la iglesia Catedral. El negocio de la mafia en aquel pueblo perdido del oeste se ponía cada vez más difícil. Mónica Beatriz pasó por aquella misma plaza aquella misma tarde con Naranja a upa, hacía tiempo había adoptado la costumbre de no salir de la casa sin su conejo. Vladislav Sergéevich Smirnov la vio pasar y se olvidó de su amor por la antigua Unión Soviética, de su odio por la nueva Federación de Rusia y de su esposa Svetlana Ivánovna Smirnova. Se olvidó de todo y existió sólo para esa loca mujer que paseaba con animales bajo el brazo.
- назвать себя, сказать своё имя? Natasha Oreiro, нет?2
Mónica Beatriz no comprendió una sola palabra de lo que el ruso había dicho, pero creyó entender que le remarcaba su parecido a Natalia Oreiro, y a pesar de que era un poco morocha para su gusto, consideró que el verde de los ojos de ella se le parecía mucho al de sus lentes de contacto y dijo:
- Sí, tiene razón, se me parece.
Vladislav Sergéevich Smirnov no comprendió una sola palabra de lo que ella había dicho, pero creyó entender « если, детёныши »3 y a pesar de que era un poco rubia para su gusto, prefirió creer que alguna productora local había recuperado la esperanza en “El Deseo” y Natasha había vuelto al ruedo.
Difícilmente algún hombre cumplía con la incompatibilidad de criterios que Mónica Beatriz utiliza para seleccionar sus amantes, y seguramente no iba a ser Vladislav Sergéevich Smirnov quien los reuna: 1) que sea joven y que no tenga acné 2) que sea joven y rico 3) que sea joven y que muera rápido
Le costo sudor y sangre a Vladislav Sergéevich Smirnov convencerla en ruso de que sus años eran apenas unos tiernos 23, que su rostro viejo y cansado era producto de la inclemencia siberiana, que la facha de croto no era por falta de dinero sino simple rebeldía adolescente y que como mucho lograría sobrevivir un año en este país donde el vodka era más liviano que el agua. Los argumentos en ruso no fueron suficientes para Mónica Beatriz y se marchó tal como había llegado, con Naranja bajo el brazo. Fue en el momento en que la imagen de ella se desvanecía bajo el sol de la avenida 29, que Vladislav Sergéevich Smirnov comprendió la urgencia de aprender el español:
- предоставить! религиозное утешение умирающему!4
Una voz ronca de erres arrastradas le contestó:
- содействовать, покровительствовать; поддерживать…5
Cabrera, antiguo jardinera y eterno enamorado de Mónica Beatriz, nunca más pronunció una sola palabra en ruso y el misterio sobre si aquello fue una intervención divina para ayudar a Vladislav Sergéevich Smirnov o si Cabrera es realmente diestro en el manejo de esa lengua, sigue irresuelto.
Cabrera y Vladislav Sergéevich Smirnov se volvieron inseparables, no hubo rosa ni tulipán que Cabrera abonara sin la compañía del ex agente de la KGB. Cabrera lo instruyó en el arte de la jardinería, el folklore y el galanteo a la mujer rioplatense, llegó a confesarle su máximo secreto para la conquista: “Adoran que uno las llame Pachroncita”. Cabrera consideró que ya no podía trasmitirle nada más a Vladislav Sergéevich Smirnov cuando en el último ensayo para serenata en “do mayor” el ruso logró erizarle la piel ni bien comenzó a cantar “Entre el cielo y la tierra” de Los Nocheros.
Gracias a antiguas amistades que aún mantenía de sus años en la KGB, Vladislav Sergéevich Smirnov consiguió todas las informaciones sobre Mónica Beatriz, incluso las que aún no le habían ocurrido y ella desconocía. Se presentó un lunes en el consultorio del Doctor Lee donde ella trabajaba como secretaria y trató de iniciar un diálogo ocasional y despreocupado:
- Sabrá usted, Natasha, que los hombres poderosos como yo sufrimos de un terrible stress, y que una investigación recientemente publicada por científicos del MIT ha revelado que la acupuntura es la mejor solución.
La miró esperanzado, pero el verde de los lentes de contacto de su Natasha seguía inmóvil sobre Naranja. Vladislav Sergéevich Smirnov respiró hondo y trató de imaginar qué es lo que su mentor Cabrera hubiera hecho en aquella situación definitoria, y sin meditarlo dos veces dijo:
- El primer muerto es gratis para usted, pachroncita.
Esa misma tarde, cuando el sol se ponía sobre el Río Luján, Vladislav Sergéevich Smirnov mudó su cepillo de dientes a la casa de Mónica Beatriz. Se amaron hasta el hartazgo. En los ratos libres de amor, veían una y otra vez sus episodios favoritos de “Muñeca Brava”, “Kachorra” y “Sos mi vida”, por supuesto todos en versión rusa. Había días en los que él le suplicaba al oído que interpretara el tema “Tu veneno”, y entonces ella se hacía la difícil y le decía que lo haría con la condición de que se lo pidiese en ruso. Entonces, Vladislav Sergéevich Smirnov, atravesaba el abismo húmedo de las sábanas arrugadas y le corría hacia un lado la falsa cabellera rubia:
- другое дело; это другой вопрос “Tu veneno”, договор Natasha любовь.6
Entonces, Mónica Beatriz saltaba de la cama, se echaba encima los trapos coloridos del último carnaval y corría semidesnuda como una loca por toda la casa al ritmo de “… tuve tu veneno, tuve tu amor y también tu fuego …”
Vladislav Sergéevich Smirnov la inició en el delicioso arte culinario ruso, todos los días probaban una nueva exquisitez soviética y adoptaron la costumbre de brindar con vodka por las mañanas. Mónica Beatriz olvidó por completo sus orígenes rioplatenses y se autoproclamó descendiente real del Zar Demetrio II. Dejó de caminar por las calles mercedinas, como el resto de los mortales y sólo salía de su casa en la limusina blanca de la Cochería Rossi que Vladislav Sergéevich Smirnov le había alquilado. En caso de que alguna urgencia lo ameritara y que la limusina estuviera ocupada por casamiento o funeral Mónica Beatriz aceptaba caminar, pero lo hacía envuelta en el tapado de perro siberiano, que Vladislav Sergéevich Smirnov le había hecho traer desde su querida ex Unión Soviética. Así hicieran treinta y cinco grados de sensación térmica ella nunca se lo quitaba, pues opinaba que iba de maravilla con Naranja y con el verde de sus lentes.

Como nadie pudo asegurarle la existencia de vino en el cielo, Cabrera descartó inmediatamente la idea de un suicidio. A veces se escondía detrás del plátano de la calle 32 y espiaba a su amada pachroncita, la veía atravesar la ventana como una desaforada, la veía hacer una medialuna o un rondó fliflá envuelta en unos trapos ridículos y minúsculos. Una noche, cuando su cuerpo no soportaba un sólo suspiro más de pena, escribió su despecho en un papel, lo tiró por debajo de la puerta de Mónica Beatriz y se marchó a La Palangana a sembrar nuevas azucenas. A la mañana siguiente, Mónica Beatriz salió envuelta en su tapado de perro siberiano a sacar la basura, levantó el papel, se acomodó la lente izquierda y lo leyó:

“Yo recuerdo, no tenías casi nada que ponerte,
hoy usás ajuar de seda con rositas rococó,
¡me reviente tu presencia... pagaría por no verte...
si hasta el nombre te han cambiado como has cambiado de suerte:
ya no sos mi Margarita, ahora te llaman Margot!”

Hasta siempre… Cabrera.
PD: el ruso se la come.

Mónica Beatriz respiró, trató de cerrar la boca que se le había abierto como una bisagra e hizo un lugar en la bolsa de basura a aquella carta equivocada destinada a una tal Margarita o una tal Margot.

Todo el mundo comete errores, el segundo del ruso Vladislav Sergéevich Smirnov fue, sin duda, pedirle a su Natasha Oreiro que volviera a su castaño natural.
Esa misma tarde, cuando el sol se ponía sobre el Río Lujan, Mónica Beatriz tiró el cepillo de dientes de Vladislav Sergéevich Smirnov a la calle y envuelta en el tapado de perro siberiano, le gritó desde su ventana de la segunda planta:
- ¡Qué rubia nací y rubia me muero, ruso de mierda!
Nunca más se lo volvió a ver a Vladislav Sergéevich Smirnov por las calles mercedinas, algunos conjeturan que se batió a duelo con Cabrera y perdió, otros que, simplemente, se mudó a San Andrés de Giles.

1 Real
2 ¿Cómo te llamás? ¿No me digás que sos Natalia Oreiro?
3 Sí, la mismísima.
4 Dios! Ayúdame a conquistarla y a aprender el español!
5 Vos los pedís, vos lo tenés.
6 Cantame “Tu veneno”, por favor Natalia mi amor.

4 comentarios:

  1. Lindos mundos unistes.
    Siempre de buena prosa usted.
    Voy a seguirlo con varios ojos ahora.

    Abrazo

    ResponderEliminar
  2. Reitero lo que ya te dije: es muy bueno, en especial la primera mitad, y me hizo reír mucho. Prosa despabilada y vivaz, me gusta, me interesa. Seguiré leyendo.
    Saludos
    C.

    ResponderEliminar
  3. Hola:
    Estás en la tolstiana tesitura de pintar tu aldea. Grato lo freaky de Mónica B. Entrañable la fidelidad de Cabrera.
    Podrías , tranquilamente, llevarlo a teatro o a stand up FELICITACIONES!

    ResponderEliminar